Desde
la noche de los tiempos, el hombre ha sentido la imperiosa necesidad de
practicar toda suerte de rituales para recuperar la virilidad perdida o la
capacidad para engendrar. La mayoría de estos ceremoniales mágicos se
fundamentan en el poder curativo de la imagen del pene erecto o falo, y podemos
encontrar una gran cantidad de referencias acerca de ellos desde el Paleolítico
Superior hasta nuestros días. Los rituales fálicos se instituyen alrededor del culto a
una divinidad que se caracteriza por exhibir un gran miembro erecto y ser
capaz de restablecer la potencia sexual masculina a través de su benéfica
influencia, bien por medio de sacrificios, oraciones, pócimas y ofrendas, u
otras fórmulas tan variadas como ilimitada resulta ser la imaginación y la fe
de sus creyentes. Estas deidades gozaban de gran respeto y veneración entre los
antiguos egipcios bajo el nombre de Min, Khem o Amón, o Dionisios y Baco entre
los griegos y asirios, o como Príapo entre los romanos.
Al
igual que con todas las creencias y tradiciones profundamente arraigadas en el
pueblo, el cristianismo primitivo supo transformar convenientemente a estos
dioses paganos en santos imposibles merced a un prolífico sincretismo. Estos
santos fálicos adornan profusamente el panteón hagiográfico cristiano bajo la
advocación de San Ters de Amberes, los Santos médicos Cosme y Damián, San
Guenolé, San René de Anjou y muchos
otros.
De
entre todos ellos destaca San Foutin por su gran popularidad y por la intensa
devoción que despertó en su época. Al parecer fue el primer obispo de Lyon y
subió a los altares por su milagrosa capacidad para curar la impotencia
masculina y lograr la fertilidad de las mujeres. Las imágenes de San Foutin
tenían practicado un orificio a la altura de los genitales por el que se
introducía una estaca labrada con la forma del miembro viril. Era habitual derramar
sobre este falo el vino joven del año ofreciéndole las correspondientes
libaciones rituales. Igualmente, las mujeres hacían rogativas para tener
descendencia o para reanimar sexualmente a sus maridos rascando virutas de él y
bebiéndolas en infusión. Cuando la verga milagrosa se desgastaba, volvían a
insertar una estaca nueva y vuelta a empezar. Esta tradición continuó
practicándose bien entrado el siglo XVIII hasta que fue cayendo en desuso, sin
embargo, en la Bretaña francesa sigue
hablándose de las virutas milagrosas de san Foutin e incluso hay quien dice
haber conocido algún Foutin o alguna Foutine bautizados así como homenaje y
ofrenda a la actividad milagrosa de este Santo Extraoficial.
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