Desde la antigüedad más remota, el ser humano ha gustado de la ilimitada
variedad de los usos eróticos. ¿Qué podíamos esperar de un animal curioso y
explorador?. Y es que en todos los terrenos de la actividad humana, incluso
sobre los más estimulantes, planea el inexorable fantasma del fatal aburrimiento.
Con qué gran facilidad nos sentimos saciados por lo habitual y
cotidiano. El aburrimiento es la antesala de la infelicidad, y cuando al
primate que llevamos dentro le invade el tedio, somos capaces de pintar la
capilla sixtina o descubrir el principio de los vasos comunicantes, pero
también podemos invadir Polonia o
desarrollar la manera más eficaz de matarnos los unos a los otros. Así que lo
miremos por donde lo miremos siempre resultará mucho más reconfortante física y
espiritualmente el uso de nuestro ingenio para idear la manera de conseguir
inverosímiles alardes gimnásticos y amenos divertimentos antes, durante,
después o en lugar de la cópula.
De esta manera no existe cultura
antigua o moderna que se precie, que no posea un manual de usos sexuales
creativos, un catálogo ilustrado de las más variopintas recetas amatorias. Los
hindúes poseen el famoso Kama Sutra atribuido al sabio Vatsyayana, o el Ananga
Ranga de Kaliana Maya. Los árabes
disfrutan de sus “Fuentes del Placer” de Haroun Al-Makhzoumí y nosotros del “I
Modi”, o del Taccuinum Sanitatis (el Taccuino) de Tommaso da Modena y muchos
otros. Todos ellos dentro de la tradición de las Ars Eróticas o Artes del sexo y el placer. El amor carnal
como arte poético, casi mágico, el placer como proceso de iniciación. Lástima
que hoy en día el utilitarismo
científico haya transformado estas Artes
Eróticas en aséptica Ciencia Sexual
(*), ámbito de expertos sanitarios y teóricos del coito higiénico y eficaz.
(*) Ver en Michel Foucault. “Historia de la Sexualidad 1. La voluntad de
saber. Ed. Siglo XXI de España.
Madrid 1984 (10ª ed.)
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