jueves, 21 de diciembre de 2017

CUENTO DE NAVIDAD





Elia Martínez Agudo




        “Querido Papá Nöel: Me llamo Julia y tengo 14 años. Te escribo porque estoy en un apuro y no sabía a quién acudir. Estas fiestas son muy bonitas, ya sabes, luces, turrones, guirnaldas, y todo lo demás… Mis amigos lo celebran en sus casas y se hacen regalos. Pero yo no tengo dinero y no puedo pedírselo a mis padres porque ellos tampoco tienen. En fin, no se me ocurría nada hasta que pensé en ti. Si quisieras… serían las Navidades más bonitas de mi vida. Daría una gran fiesta a la que invitaría a mis amigos, y todos recibirían un regalo de mi parte (por una vez yo también podría hacer regalos), y mis padres no tendrían que pasarlo fatal para darme algún dinero. Bueno, querido Papá Nöel, por todo esto y para abreviar, ¿podrías prestarme quinientos euros?. Te quedaría eternamente agradecida. Tuya. Julia”


        En la Oficina de Correos sufrieron una gran conmoción cuando apareció en una de las sacas la enorme tarjeta granate con una llamativa dirección: PAPA NÖEL. C/ Colinas de Nieve En Cualquier Parte (EL MUNDO),  porque claro, como es bien sabido, son los padres quienes suelen escamotear las cartas de los niños dirigidas a Papá Nöel, o bien hay un montón de buzones especiales estratégicamente situados frente a las tiendas de juguetes, por lo que rara vez acaban por llegar hasta sus manos alguna de aquellas con tan curioso destinatario. Benito, el funcionario encargado de seleccionarlas por zonas y distritos, vacilaba indeciso. ¿Qué hacer en un caso como este, en el que el destinatario de la carta vive tan sólo en las mentes de los niños y en la de los yuppies encargados del marketing y la publicidad de los Grandes Almacenes?. Pidió consejo a Amelia, su auxiliar en la oficina, y entre los dos decidieron abrirla y leerla en compañía del resto de los esforzados interinos de la sección “Postales Navideñas”. 


        Mientras Benito, el descubridor de la tarjeta de Julia, la leía en voz alta, el silencio fue extendiéndose como una inoportuna y pegajosa mancha de aceite por toda la sala, invadiendo escritorios, papeleras y sillas giratorias. Solo se rompió aquí y allá aplastado por el sonido desacompasado de un hipido, o de un sorber de mocos que delataba una lagrimilla. Al cabo de un rato, todos los chupatintas de la sección “Postales Navideñas” se estaban inspeccionando las uñas como si les hiciera falta una buena manicura, entre conmovidos por la angustia de la necesidad ajena y un pelín molestos al mismo tiempo, porque, al fin y al cabo, barruntaban que nadie más que ellos serían capaces de dar solución al dilema moral oculto tras la carta de aquella ilusa muchacha. ¡Qué Papá Nöel (esa maldita invención nórdico-pagana que estaba desbancando a los cristianísimos Reyes Magos), ni que niño muerto!. Serían ellos, y nadie más que ellos, quienes responderían a la llamada de la diosa Caridad, puesto que el gordo barbudo vestido de rojo no haría maldito caso ya que ni siquiera tiene la decencia de existir. Así que tomaron la siempre práctica decisión de convocar una  colecta popular. 



        Cincuenta euretes del alma cándida de Benito, ¡cien! de la muy generosa Amelia, veinte de aquí, diez de allá… así hasta recoger la bonita suma de cuatrocientos pavos. Un poco menos de lo que requería la voluntad festiva de Julia, pero cuatrocientos eurazos, al fin y al cabo, que no eran moco de pavo ni cosa para despreciar. 


        Esa misma mañana, partía en un sobre debidamente franqueado como convenía al caso, la maravillosa y monetaria felicitación correctamente dirigida a su remitente para que pudiera llegar a su destino sin perderse o sin caer en manos aprovechadas o deshonestas. Con el corazón en calma propio de los que obran buenas acciones, Benito y los demás interinos olvidaron pronto aquel suceso, rogando en su fuero interno que no volvieran a aparecer misivas navideñas con idénticos requerimientos pecuniarios.


        Pasó la Navidad y el tiempo fue sucediéndose a sí mismo con la aburrida rutina de intervalos entre vacaciones, laborables y días feriados, cuando de repente sucedió. Benito tuvo un sobresalto al encontrarse de narices  con una postal, tan enorme y granate como su antecesora: PAPA NOEL; C/ Colinas de Nieve… etc, etc, etc. La cogió con mano temblorosa y fue rápidamente a buscar a Amelia y a los demás. Se reunieron en un corrillo cerrado con una expectación entre tensa y divertida, dispuestos a escuchar de nuevo por boca de Benito lo que Julia tuviera que contarles.


        “Querido Papá Noel: Muchísimas gracias por tu regalo. Estas han sido en verdad las Navidades más felices de mi vida. Tuvimos una gran fiesta en mi casa y comimos, bebimos y bailamos hasta muy tarde. Todos mis amigos recibieron su regalo, y también mis padres. He sido muy feliz. Gracias Papá Noel. Si el año próximo tengo el mismo problema recurriré otra vez a ti, mi querido benefactor. Pero, a propósito, tendremos que cambiar el sistema de comunicación. ¿Recuerdas que te pedí quinientos euros en mi carta anterior? Pues bien, ¡solo me han llegado cuatrocientos!. En adelante, creo que deberíamos evitar el correo tradicional para evitar que esos desalmados de la Oficina de Correos se queden con parte de mi regalo, ¿OK?. Siempre tuya, Julia.


Cuento: Elia Martínez
Ilustraciones: Enrique López



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