Elia
Martínez Agudo
“Querido Papá Nöel: Me llamo Julia y
tengo 14 años. Te escribo porque estoy en un apuro y no sabía a quién acudir.
Estas fiestas son muy bonitas, ya sabes, luces, turrones, guirnaldas, y todo lo
demás… Mis amigos lo celebran en sus casas y se hacen regalos. Pero yo no tengo
dinero y no puedo pedírselo a mis padres porque ellos tampoco tienen. En fin,
no se me ocurría nada hasta que pensé en ti. Si quisieras… serían las Navidades
más bonitas de mi vida. Daría una gran fiesta a la que invitaría a mis amigos,
y todos recibirían un regalo de mi parte (por una vez yo también podría hacer
regalos), y mis padres no tendrían que pasarlo fatal para darme algún dinero.
Bueno, querido Papá Nöel, por todo esto y para abreviar, ¿podrías prestarme
quinientos euros?. Te quedaría eternamente agradecida. Tuya. Julia”
En la Oficina de Correos sufrieron una
gran conmoción cuando apareció en una de las sacas la enorme tarjeta granate
con una llamativa dirección: PAPA NÖEL. C/ Colinas de Nieve En Cualquier
Parte (EL MUNDO), porque claro, como
es bien sabido, son los padres quienes suelen escamotear las cartas de los
niños dirigidas a Papá Nöel, o bien hay un montón de buzones especiales
estratégicamente situados frente a las tiendas de juguetes, por lo que rara vez
acaban por llegar hasta sus manos alguna de aquellas con tan curioso
destinatario. Benito, el funcionario encargado de seleccionarlas por zonas y
distritos, vacilaba indeciso. ¿Qué hacer en un caso como este, en el que el
destinatario de la carta vive tan sólo en las mentes de los niños y en la de
los yuppies encargados del marketing y la publicidad de los Grandes Almacenes?.
Pidió consejo a Amelia, su auxiliar en la oficina, y entre los dos decidieron
abrirla y leerla en compañía del resto de los esforzados interinos de la
sección “Postales Navideñas”.
Mientras Benito, el descubridor de la
tarjeta de Julia, la leía en voz alta, el silencio fue extendiéndose como una
inoportuna y pegajosa mancha de aceite por toda la sala, invadiendo
escritorios, papeleras y sillas giratorias. Solo se rompió aquí y allá aplastado
por el sonido desacompasado de un hipido, o de un sorber de mocos que delataba
una lagrimilla. Al cabo de un rato, todos los chupatintas de la sección
“Postales Navideñas” se estaban inspeccionando las uñas como si les hiciera
falta una buena manicura, entre conmovidos por la angustia de la necesidad
ajena y un pelín molestos al mismo tiempo, porque, al fin y al cabo,
barruntaban que nadie más que ellos serían capaces de dar solución al dilema
moral oculto tras la carta de aquella ilusa muchacha. ¡Qué Papá Nöel (esa
maldita invención nórdico-pagana que estaba desbancando a los cristianísimos
Reyes Magos), ni que niño muerto!. Serían ellos, y nadie más que ellos, quienes
responderían a la llamada de la diosa Caridad, puesto que el gordo barbudo
vestido de rojo no haría maldito caso ya que ni siquiera tiene la decencia de
existir. Así que tomaron la siempre práctica decisión de convocar una colecta popular.
Cincuenta euretes del alma cándida de
Benito, ¡cien! de la muy generosa Amelia, veinte de aquí, diez de allá… así
hasta recoger la bonita suma de cuatrocientos pavos. Un poco menos de lo que
requería la voluntad festiva de Julia, pero cuatrocientos eurazos, al fin y al
cabo, que no eran moco de pavo ni cosa para despreciar.
Esa misma mañana, partía en un sobre
debidamente franqueado como convenía al caso, la maravillosa y monetaria
felicitación correctamente dirigida a su remitente para que pudiera llegar a su
destino sin perderse o sin caer en manos aprovechadas o deshonestas. Con el
corazón en calma propio de los que obran buenas acciones, Benito y los demás
interinos olvidaron pronto aquel suceso, rogando en su fuero interno que no
volvieran a aparecer misivas navideñas con idénticos requerimientos pecuniarios.
Pasó la Navidad y el tiempo fue
sucediéndose a sí mismo con la aburrida rutina de intervalos entre vacaciones,
laborables y días feriados, cuando de repente sucedió. Benito tuvo un
sobresalto al encontrarse de narices con
una postal, tan enorme y granate como su antecesora: PAPA NOEL; C/ Colinas de
Nieve… etc, etc, etc. La cogió con mano temblorosa y fue rápidamente a buscar a
Amelia y a los demás. Se reunieron en un corrillo cerrado con una expectación
entre tensa y divertida, dispuestos a escuchar de nuevo por boca de Benito lo
que Julia tuviera que contarles.
“Querido Papá Noel: Muchísimas gracias
por tu regalo. Estas han sido en verdad las Navidades más felices de mi vida.
Tuvimos una gran fiesta en mi casa y comimos, bebimos y bailamos hasta muy
tarde. Todos mis amigos recibieron su regalo, y también mis padres. He sido muy
feliz. Gracias Papá Noel. Si el año próximo tengo el mismo problema recurriré
otra vez a ti, mi querido benefactor. Pero, a propósito, tendremos que cambiar
el sistema de comunicación. ¿Recuerdas que te pedí quinientos euros en mi carta
anterior? Pues bien, ¡solo me han llegado cuatrocientos!. En adelante, creo que
deberíamos evitar el correo tradicional para evitar que esos desalmados de la
Oficina de Correos se queden con parte de mi regalo, ¿OK?. Siempre tuya, Julia.
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