domingo, 28 de enero de 2018

G DE GASTRONOMÍA

Enrique López Gosálbez

       Una de las constantes culturales de las sociedades humanas es la de establecer una profunda relación entre el erotismo y el lenguaje culinario (¿Qué os había dicho?). En estos menesteres simbólicos, la len­gua castellana resulta ser especialmente fecunda, de manera que los hispanohablantes podemos disfrutar de un vasto registro de expresio­nes populares referidas a la rela­ción emblemática entre el sexo y la comida. Reflexionemos sobre ello.

Sin duda, una de las que goza de mayor popularidad entre nosotros es la de "comerse una rosca", que hace referencia al simple hecho de mantener rela­ciones sexuales. Se come una rosca o un colín quien consigue compañía sexual. Obviamente, el acto de comer parte de un estado caren­cial: el hambre. No es de extrañar por tanto, que aludamos al deseo sexual en términos de hambre. Tener hambre de sexo. "Saciar el apetito concu­piscente", que diría un cursi.

Pero claro, todo deseo supone un objeto deseable, un manjar apetecible. "estás para comerte", piropeamos, con airecillo antropofágico.  No obstante, como bien demuestra el sutil arte de la gastronomía, sobre gustos no hay nada escrito y en la erótica, esta norma general se convierte en regla de oro: "ser un bom­bón", “estar como un queso”, "estar más buena/o que el pan”. Estas relaciones simbóli­cas entre ciertos alimen­tos y el sexo las hemos establecido atendiendo no sólo a las supuestas o evidentes similitudes morfo­lógicas con el cuerpo y sus zonas erógenas, sino que han quedado fijadas en nuestro inconsciente merced a la trasposición de una experiencia fruitiva y sensual en la que se entrelazan los colores, la textura, el sabor y los aromas junto a los sentimientos, emociones y fantasías que ciertos alimentos despiertan en nosotros. Las posibilidades son tan variadas como abundante  la despensa, así que os sugiero que cojáis el capazo y me acompañéis a dar una vuelta por este voluptuoso mercado.

El concepto católico de lo carnal como expresión de sensualidad es enormemente evocador. No resulta insólito que el sexo y la carne estén íntimamente asociados en nuestro inconsciente como términos homólogos. “Pegarse el filete”  llamábamos al sensual ejercicio de explorar la cavidad bucal del otro. Tenemos, como no, al inefable “conejo” de mullida y sedosa piel que hiciera las delicias del novio de la Loles y a la “salchicha”, la “longaniza” o “el chorizo” , trasuntos visuales y simbólicos del pene y su  ardua fisiología.


Los vege­tarianos y aficionados a las vita­minas de las frutas pueden optar por las distinguidas fresas o el más popular higo. También contamos con el humilde nabo y con  la seta. De igual manera, la lengua valenciana disfruta de la deliciosa manzana, símbo­lo del pecado original, la poma (curiosamente no encontramos tal analogía en la lengua castellana aunque si en la francesa).  A esta apresurada relación de vegetales asociados al sexo podemos añadir los melo­nes, los cocos, la pepitilla, la breva, el pepino, la banana, la chirivía, el chocho (el popular altramuz), el cebollino, la cebolleta y muchos otros.

Los paladares sibaritas siempre han gus­tado del marisco. No es de extra­ñar por tanto que los genitales femeninos (objeto-manjar) estén llenos de exquisitas reminiscencias mari­neras: el mejillón, la almeja y la ostra son buena prueba de ello. Es bien fácil de entender el carácter alegórico de los moluscos bivalvos porque todo en ellos es sexualmente evocador. Y cómo no mencionar al percebe (¿sabían que su pene excede en varias veces la longitud de su cuerpo?), al mediterráneo “mabre” o al incordiante pulpo de múltiples extremidades largas y resbaladizas o tentáculos, (no derivará acaso este término de la ociosa y vil costumbre de tentar culos a diestro y siniestro).

En esta relación apresurada, no puede faltar la repostería tradicional española con los bollos y bollitos jugosos y rellenos, o el versátil buñuelo (de calabaza, de manzana, de nata o trufa…). Mención aparte merecen los churros y porras que están conquistando los mercados internacionales con paso firme. O los “sobaos” que despiertan recuerdos de fugaces y cálidas despedidas en el portal de casa. Pero nada como un buen “mantecado” que es capaz de arrancarnos del fondo del alma un prolongado “suspiro” (qué me decís de los de Pajares).


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