domingo, 29 de julio de 2018

J DE JUEGO


El juego es un tipo de actividad humana que no persigue más objetivo que la diversión,  una placentera manera de emplear el tiempo sin la imperiosa necesidad de alcanzar metas ni objetivos. El juego es un fin en sí mismo, no es un medio  a través del cual podamos conseguir nada que tenga un sentido práctico para nosotros.

Es un conjunto de usos cuya precaria utilidad  comienza y termina en el mismo instante en que estos cumplen su función como fuente de esparcimiento. Sólo sirve para pasar el rato amenamente sin otras consecuencias. Es justamente lo contrario del trabajo. Por esa razón solemos equivocarnos cuando afirmamos que los juegos eróticos son un preliminar, una especie de aperitivo, un trámite conductual cuya función es garantizar la lubricación femenina o la erección masculina para llegar al plato principal, al grano, al meollo del asunto.

El juego erótico es la esencia misma de la sexualidad. Desde el momento en que hemos liberado a nuestros placeres de su cometido instintivo, el sexo ha dejado de ser un trabajo físico para la perpetuación de la especie y se ha transformado en un juego. En realidad no afinamos los instrumentos para interpretar una pieza sinfónica, sino que improvisamos, hacemos que surja una melodía, nos recreamos con armonías que nacen en nuestro interior como hacen los músicos de jazz. No calentamos motores para estar en la pole y ganar la competición, sino que corremos por la alegría de estar vivos, por el gustazo de sentir la energía que recorre nuestros músculos. No hacemos el “acto” como  ordenan las jerarquías sanitarias y eclesiásticas, sino que nos refocilamos, insistimos una y otra vez en disfrutar de los placeres corporales, demorándonos en la diversidad ilimitada de nuestras zonas erógenas. Nos comemos el pastel y la guinda sin importar el orden de los factores. Que para trabajar ya nos basta con la reforma laboral.




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