Charles Baudelaire publicó inicialmente “Las Flores del Mal” en junio de 1857
componiendo un total de cien poemas precedidos de una dedicatoria a Théophile Gautier y un poema al lector.
En esta edición el libro estaba compuesto por cinco secciones: Spleen e Ideal, El Vino, Las Flores del Mal,
La Revuelta y La Muerte. Ni que decir tiene que la crítica recibió la obra con un
rechazo casi unánime y en julio se inició una violenta campaña contra
Baudelaire desde la prensa burguesa. En agosto y apenas tres meses después de
su publicación, el poeta sería inculpado ante los tribunales por “ofensa a la
moral pública…la moral religiosa y las buenas costumbres.” Fue condenado a una multa y a la supresión de
seis poemas.
En 1861 aparecería una segunda edición
con treinta y cinco poemas
inéditos y una nueva sección: Cuadros
Parisienses. Esta incorporación no debe ser entendida como una sucesión de
poemas sueltos e inconexos, sino una extensión natural de la obra dispuesta por
el autor siguiendo un itinerario bien preciso. En una carta
dirigida a Alfred de Vigny,
Baudelaire nos dirá: »(…)le seul éloge que je sollicite pour ce livre es
qu´on reconaisse qu´il n´est pas un pur album et qu´il a un commencement et une
fin. » (*).
La edición póstuma de 1868, tras su
temprana muerte, es considerada tradicionalmente como la edición definitiva.
Las versiones modernas (**) han ido añadiendo nuevas secciones y poemarios
conocidos como Los Suplementos a las
Flores del Mal, y los Despojos
(poemas prohibidos y censurados). En esta selección que tengo el placer de
presentaros, he escogido tres poemas pertenecientes a las secciones Spleen e
Ideal, Las Flores del Mal y La Muerte. Como propina, un cuarto perteneciente a
los llamados Suplementos: “El Epígrafe para un Libro Condenado”, y
unos fragmentos de un quinto de los Despojos
: “Lesbos”.
(*)” el único elogio que solicito pare este
libro es que se reconozca que no es una mera colección y que posee un comienzo
y un final”.
(**)
Para esta entrada he utilizado la edición de la editorial EDAF (Madrid, 1973)
traducida y prologada por el poeta ÁngelLázaro Machado.
EL
ALBATROS
suelen, por divertirse, los mozos
marineros
cazar albatros,
grandes pájaros de los mares
que siguen
lentamente, indolentes viajeros,
al barco, que navega
sobre abismos y azares.
Apenas los arrojan
allí sobre cubierta,
príncipes del azul,
torpes y avergonzados,
el ala grande y
blanca aflojan como muerta
y la dejan, cual
remos, caer a sus costados.
¡Qué débil y qué
inútil ahora el viajero alado!
Él, antes tan
hermoso, ¡que grotesco en el suelo!
Con su pipa uno de
ellos el pico le ha quemado,
otro imita,
renqueando, del inválido el vuelo.
El poeta es
igual…Allá arriba, en la altura,
¡qué importan las
flechas, rayos, tempestad desatada!
Desterrado en el
mundo, concluyó la aventura:
¡sus alas de gigante
no le sirven de nada!
(De
Spleen e Ideal)
La lujuria y la muerte son dos buenas chiquillas;
pródigas
en sus besos, vigor inusitado,
el
flanco siempre virgen, mostrando las rodillas,
en
su eterno ejercicio jamás han fecundado.
Al
poeta siniestro, terror de los hogares,
favorito
del diablo, cortesano sin más,
le
ofrecen una cama tumbas y lupanares
donde
el remordimiento no ha dormido jamás.
Y
el féretro y la alcoba, blasfemias soberanas,
ofrecen
alternando como buenas hermanas,
los
terribles placeres, el deleite al revés.
Lujuria
inmunda, ¿cuándo lograrás enterrarme?
Muerte,
¿cuándo vendrás, su rival, a besarme,
sobre
tus mirtos fúnebres, bajo un negro ciprés?
(De Las Flores del Mal)
LA MUERTE DE
LOS AMANTES
Tendremos un lecho de suaves olores,
divanes profundos
como sepulturas,
y en tallos y
búcaros nos darán las flores
aromas extraños bajo
albas más puras.
Nuestros corazones,
amando a porfía,
darán de su antorcha
la llama postrera;
dos llamas gemelas
son tu alma y la mía,
espejos que miran la
eterna ribera.
Relámpago único,
centella preciosa,
una tarde mística,
de azul y de rosa,
el adiós seremos, el
llanto, el sollozo.
Y después, un ángel,
abriendo las puertas,
los espejos turbios
y las aguas muertas,
resucitará temblando
de gozo.
(De La Muerte)
EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO
Lector apacible y bucólico,
hombre de bien,
ingenuo y sano,
tira este libro
saturniano,
que es orgiástico y
melancólico.
Si tú retórica no
aprendiste
con Satán, astuto
decano,
¡tíralo! Me leerás
en vano,
o pensarás que a un
loco leíste.
Pero si sabes bucear
en los abismos sin
temblar,
léeme, y has de
amarme, amigo;
alma elegida que,
penando,
tu paraíso vas
buscando,
¡compadéceme…, o te
maldigo!
LESBOS
(fragmento)
Madre de los latinos y los griegos
deleites,
Lesbos, donde los
besos, lánguidos, perezosos,
cálidos como soles,
untuosos como aceites,
son ornato de noches
y de días gloriosos;
madre de los latinos
y los griegos deleites.
Lesbos, donde los
besos son como esas cascadas
que se lanzan sin
miedo al abismo imponente,
y luego sollozantes
corren encadenadas,
tormentosas,
secretas, en remolino hirviente,
¡Lesbos, donde los
besos son como las cascadas!
Lesbos, donde Friné
a otra Friné reclama,
donde jamás se queda
sin un eco el suspiro,
como la igual de
Pafos el azul te proclama,
y celosa de Safo la
propia Venus miro.
Lesbos, donde Friné
a otra Friné reclama.
Lesbos, tierra de
noches ardientes, amorosas
que hacen, ante el
espejo, con voluptuosidad,
que
las adolescentes acaricien mimosas
los frutos ya
maduros de su nubilidad.
Lesbos, tierra de
noches ardientes, amorosas.
(…)